Actualmente, cada vez somos más conscientes de la importancia que las emociones tienen en nuestra vida y en nuestra salud mental y física. Atrás quedaron las teorías que no daban su lugar a esta parte tan fundamental, por poner el pensamiento y la razón como único miembro al timón de nuestras acciones y nuestro bienestar.
En multitud de fuentes, hemos oído hablar, desde hace ya tiempo, de la gestión emocional. Sin embargo, lo que vemos en terapia es que existe una gran confusión a la hora de comprender de qué se trata. Por ello, a continuación, te cuento algunos datos que pueden ayudarte a entenderlo y estar más cerca de gestionar tus emociones.
1. Las emociones cumplen funciones adaptativas e indispensables para nuestro funcionamiento global
- Nos dan información de cómo nos afectan las cosas. Si algo nos importa, nos daña, nos impulsa, nos beneficia o es peligroso específicamente para nosotros, en función de nuestras características y nuestra historia de vida. Actúan como nuestra “brújula interna” y nos guían hacia “nuestro norte”.
- Nos permiten comunicarnos y regularnos a través de su expresión. A través de la expresión emocional podemos “restaurar” nuestras funciones, liberar tensiones e integrar eventos que nos ocurren. Además, tienen una función comunicativa, de manera que, al percibir cómo se siente la persona que tenemos delante, tenemos información para modular nuestro mensaje y elegir la forma en que lo queremos transmitir con el fin de que se ajuste al estado emocional de esa persona y a la situación. Además, esta información activa en nosotros la empatía, por lo que será más probable que podamos acompañar a esa persona con su emoción.
- Nos hablan de qué necesitamos. Lo que sentimos siempre nos manda un mensaje acerca de nuestras necesidades (por exceso y por defecto). Sin embargo, muchas veces no sabemos comprenderlo o no lo podemos escuchar. Las emociones forman parte de un mecanismo de auto-feedback continuo que nos hace conocernos y nos da la información necesaria para saber cómo cubrir nuestras necesidades para regularnos y desarrollarnos. Hasta la ansiedad puede ser adaptativa y nos habla de temas que necesitamos atender.
- Son la base de los vínculos afectivos y, por tanto, también de la relación que tenemos con nosotr@s mism@s. Las emociones son nuestra parte más innata, la que existe incluso antes de que podamos pensar. En la infancia aparecen de manera espontánea ante las personas con las que nos relacionamos y, en función de las emociones que experimentamos, se genera un “molde relacional” o apego que media en las siguientes etapas de nuestra vida y determinará a qué tipo de personas vamos a acercarnos, qué situaciones y personas nos dan seguridad y cuáles nos generarán rechazo o miedo. Es decir, a través de las emociones que sentimos, se genera la imagen que tenemos del mundo y de nosotr@s mism@s, la cual nos acompañará durante nuestra vida.

2. No hay emociones positivas ni negativas
Las emociones pueden ser agradables o desagradables. Es un gran error darles esta connotación positiva y negativa que las pone en tela de juicio y que nos hace sentir que “algo va mal” cuando experimentamos estas emociones desagradables. Si pensamos que hay emociones correctas e incorrectas de sentir y que estas desagradables no hay que experimentarlas para tener bienestar y salud mental, tenderemos a intentar evitarlas o reprimirlas y esta es la base de muchos trastornos del estado de ánimo. Por tanto, no está mal sentir nada de lo que sientas.
3. No, tú no eliges cómo sentirte ante lo que te pasa
Las emociones no son voluntarias, surgen de forma espontánea y no podemos elegir cómo sentirnos ante las cosas que nos suceden. Precisamente, porque cumplen una función tan indispensable, no podemos evitar sentirlas, ya que esto nos pondría en una situación peligrosa al no poder cumplir sus funciones. ¿Cuántas veces nos han dicho, cuando estábamos tristes o asustad@s, “Mira el lado positivo”, “Deberías estar content@ por esta parte”, “No te preocupes”? ¿Cómo íbamos a poder hacer esto? Solamente pensando que las emociones se eligen y se controlan.
Esta filosofía de “ser positivos” y “tener que sentirnos bien” hace que experimentemos mucha culpa cuando sentimos emociones como la tristeza, la rabia o el miedo, ya que pensamos que “no lo estamos haciendo bien” por sentirnos así y que “deberíamos sentir otra cosa” y, paradójicamente, el forzarnos a “sentirnos bien” genera daños en nuestra autoestima y grandes dificultades a la hora de gestionarlas. Esto no quiere decir que la solución sea regodearse en nuestras emociones desagradables, sino más bien que si no le damos el espacio que necesitan (ni más, ni menos) no pasarán y se quedarán generándonos malestar hasta que cumplan su función.
4. Gestionar y controlar son cosas distintas
Entender la diferencia entre gestionar emociones e intentar controlarlas es la clave para no sentirnos impotentes. Las emociones, al ser involuntarias, no pueden controlarse. Como hemos dicho, surgen de manera espontánea ante situaciones o estímulos internos (pensamientos o recuerdos conscientes o inconscientes) y externos. Por tanto, no están bajo nuestro control. Intentar no sentir algo que nos puede parecer desagradable es como intentar bloquear cualquier necesidad básica como puede ser el hambre o el sueño. No podemos controlarlas y sería nocivo ignorarlas, pero sí podemos “acompañarnos” a la hora de sentirlas para intentar que no nos desregulen; y esto sí sería gestión emocional.
Cuando sentimos algo, por ejemplo, desagradable, y lo juzgamos: “No debería sentirme así”, “No soy capaz de estar bien”, genera otra emoción secundaria que se suma a la carga emocional con la que lidiamos. Estas emociones podrían ser culpa, enfado con el mundo, conmigo mism@, tristeza por pensar que no soy suficientemente buen@, o miedo por pensar que me pasa algo grave. De esta manera, sin ser conscientes, generamos un bucle en el que se “bloquea” la emoción primaria que necesitaba ser experimentada y expresada.

5. Pregúntate qué necesitas para sentir esta emoción en lugar de cómo evitarla
Afortunadamente, aprender a “sentir” y a acompañarnos con nuestras emociones sí es algo que está a nuestro alcance y nos puede ayudar a tomar decisiones coherentes sobre cómo actuar en nuestro día a día. Para much@s de nosotr@s es un trabajo que requiere tiempo y cariño, ya que, a través de nuestras experiencias, sobre todo en el núcleo familiar, hemos aprendido cómo “debemos” sentirnos ante según qué cosas, cómo actuar ante cada emoción y, sobre todo, cuáles son las más válidas, al igual que las más rechazadas; por tanto, necesitamos desaprender algunas cosas y aprender otras nuevas que encajen con quiénes somos y qué necesitamos.
Cuando experimentes una emoción trata de no bloquearla, ni huir de ella… piensa en qué te pide el cuerpo; quizás pueda ser gritar, correr, parar, cancelar tu agenda del día, compañía, silencio, charlar, etc. Esto te dará pistas para identificar qué emociones estás sintiendo y qué necesitas. A veces, no es posible llevar a cabo estas cosas que desearíamos hacer o, al menos, en ese momento o situación, ya que tendrían consecuencias que no deseamos; por eso, intenta buscar una forma en la que puedas expresar lo que sientes, para poder regular su intensidad. En este punto vale cualquier cosa que no sea nociva para ti ni para otr@s. Vale dibujar, gritar (no gritarle a alguien), hablar sobre lo que nos pasa con alguien o con nosotr@s mism@s, escribir sobre lo que nos salga, salir a caminar, respirar, darnos una ducha, tener algún gesto de cariño con un@ mism@, pedir un abrazo, etc.
6. Los pensamientos, emociones y acciones se relacionan bidireccionalmente
Las acciones y los pensamientos nos ayudan a acompañar y expresar nuestras emociones y se influyen entre sí bidireccionalmente. Es decir, lo que hacemos influye en cómo nos sentimos y lo que pensamos, y viceversa; cómo pensamos modula cómo nos sentimos y cómo actuamos, y viceversa, y lo mismo pasa con las emociones. No es que una de estas dimensiones determine las otras, si no que se influyen entre sí de manera continua. Por ello, podemos hacer muchas cosas coherentes con una vida saludable y sentir malestar emocional o trabajar mucho en tu pensamiento y no conseguir llevar a cabo las acciones que te lleven a conseguir tus metas, por ejemplo. Se trata de prestar atención a estas tres dimensiones para que haya un equilibrio y una coherencia entre ellas y, si no la hay, intentar comprender qué es lo que nos está pasando.

Esperamos que estas ideas hayan podido ayudarte a entender más sobre cómo funcionan las emociones y a llevarte mejor con las tuyas.
Si te interesa saber más sobre este tema, estate atento a nuestras próximas publicaciones donde hablaremos de habilidades de gestión emocional y de la ansiedad, más concretamente. El proceso de aprender a gestionar nuestras emociones empieza por conocerlas a través de conocernos a nosotr@s mism@s.
Si sientes que puede venirte bien un espacio para conocerte y ayudarte a conectar contigo y encontrar la coherencia entre tus emociones, pensamientos y actos, ponte en contacto con nosotras y te acompañamos en esta toma de impulso tan importante.