Nuestro cuerpo forma parte de quienes somos. Nos permite llevar a cabo multitud de las cosas que hacemos en nuestra vida, nos da información de cómo estamos física y psicológicamente. A través de él nos relacionamos, mandamos y recibimos mensajes, y cubrimos muchas de nuestras necesidades. Sin embargo, en general, somos poco agradecid@s con él. Desde hace ya demasiado tiempo, cuando leemos o escuchamos la palabra cuerpo, se nos viene a la cabeza la imagen del nuestro, muy probablemente, la imagen del “cuerpo ideal” (que no real, ni normativo) que esté estipulado. Por supuesto, la imagen del cuerpo es una dimensión más de él con la que convivimos y de la que podemos disfrutar. En cambio, parece eclipsar a todas las demás y, por tanto, tendemos a reducir nuestro cuerpo a su imagen y a definirnos a través de la valoración que se hace(hacemos y hacen)de él.
Cómo nos relacionamos con nuestro cuerpo tiene que ver con cómo nos relacionamos con nosotr@s mism@s. Algo que vemos mucho en terapia es el falso autocuidado, que es cuando se “cuida” el cuerpo únicamente con el fin de contribuir a la imagen que se proyecta de él sin reparar en las otras dimensiones. Un ejemplo de esto ocurre con la actividad física. En este caso, no dudamos de que el deporte sea beneficioso para nuestra salud física y psicológica, pero no vamos a beneficiarnos del deporte de la misma manera si lo hacemos pensando en corregir o modificar una parte de nuestro cuerpo, que, si lo hacemos porque nos sienta bien, nos divierte o lo necesitamos. La primera, alimenta una parte obsesiva de nuestra mente que puede llevarnos a no ser conscientes de dolencias o lesiones, a impacientarnos por ver “resultados” y a que los progresos nos resulten insuficientes. Por tanto, un hecho que podría nutrirnos a nivel físico, relacional y emocional como es hacer deporte, no solo deja de hacerlo, si no que nos daña psicológicamente. Sería como utilizar nuestro cuerpo sin pensar demasiado en lo que él pueda necesitar.
Si lo pensamos, hay multitud de ejemplos en los que dejamos de lado lo que necesita nuestro cuerpo en pro de lo que queremos obtener de él, como entrenamientos desproporcionados que nos limitan, el uso de zapatos que dañan los pies y la espalda, el maquillaje tapando granitos que necesitan respirar, los bronceados a costa de no usar protección solar, la “delgadez” a costa de no estar bien nutrido, la musculatura a costa de una alimentación desequilibrada o consumo de sustancias con graves efectos secundarios y un largo etcétera de cosas que normalizamos.
Ahora pensemos ¿nos gustaría que alguien nos pusiera en ese lugar? ¿Cómo nos sentiríamos si nos utilizasen para un fin sin importar lo que nosotr@s podamos necesitar?
Estas son algunas recomendaciones que pueden ayudarte si quieres conocer cómo es la relación con tu cuerpo y mejorarla.

1. Escúchale(te) ¿Cuánto le pides y cuánto le das?
Como comentábamos en la anterior publicación “¿Por qué me siento mal cuando paro?”, es imprescindible para proteger nuestra salud mental ver qué es lo que sentimos y qué experimenta nuestro cuerpo para poder entender lo que necesita. Habitualmente, el cuerpo nos manda señales de lo que necesita, tanto a nivel físico como psicológico. A veces es necesidad de movimiento, descanso, estiramiento, contacto social, conversación, cariño. Otras veces es bajar o aumentar la velocidad y energía con la que llevamos nuestro día a día, etc.; y, si estas señales son ignoradas reiteradamente, se convierten en síntomas y definen un estilo de relacionarte contigo mismo y con tu cuerpo.
Te animo a que experimentes esas sensaciones y que te preguntes: ¿qué puede estar diciéndome mi cuerpo?, ¿qué necesito?, ¿suelo atender estas señales y hacer algo al respecto?, ¿lo que suelo hacer me funciona?
2. Diferencia el cuidado del control y el esfuerzo del sufrimiento
Cuando sentimos que cuidar algo es controlarlo, tenemos que revisar nuestro modelo de cuidado, ya que es importante ser conscientes de algo para cuidarlo, pero el control nos lleva a un lado autolesivo. Con este ejemplo puede entenderse mejor: cuidar la alimentación no es controlarla, ni es restringir alimentos, si no elegir en función de nuestras necesidades físicas y psicológicas. Aprender a entender qué necesitamos y qué nos satisface comer para sentirnos mejor, sin duda, acabará influyendo en que nos veamos mejor.
Cuando restrinjo sin tenerme en cuenta, estoy generando un sufrimiento. Sin embargo, cuando busco alternativas intermedias, me estoy adaptando, aunque me suponga un esfuerzo. Lo primero es control, lo segundo es cuidado. Cuando controlamos tendemos a obsesionarnos, cuando nos obsesionamos tendemos a sesgar nuestra percepción y esto hace que tendamos a controlar más.
3. Ten en cuenta los mensajes que tú le mandas a él e intenta no hacerle(te) daño
Cuida tu postura, tu rutina, cómo te alimentas e incluso cómo te vistes. En general, esto significa que busques un equilibrio entre lo que te gusta y favorece, y lo que te hace sentir cómod@ y a gusto.
Para las personas que sufren por rechazar a su cuerpo es muy habitual esconderlo o compensar los defectos que ven usando prendas que les hacen daño o les resultan incómodas (tallas o formas de ropa que no se ajustan a nuestro cuerpo o nuestras necesidades, zapatos que duelen, maquillaje que genera reacciones cutáneas, etc.).
Piénsalo, ¿qué mensaje te estás mandando si, para verte mejor, te estás hiriendo?, ¿le harías esto a alguien a quien aprecias?, ¿le esconderías?, ¿crees que tú lo mereces? Esto no significa que no hagas por verte bien y gustarte, algo que es muy necesario, sino que no sea a costa de ti y tu bienestar.
Intentemos encontrar la manera de cuidarnos, sentirnos y vernos bien sin tener que sufrir. Algo que puede resultarte útil, sobre todo en verano, que mostramos más nuestro cuerpo y podemos sentirnos más expuest@s, es ponerte, por ejemplo, el bañador o esa ropa con la que te sientes más insegur@ en tu casa. Haz cosas agradables y tranquilas mientras lo llevas puesto para acostumbrarte a llevarlo y, de paso, si descubres que te molesta, te roza o no es apto para lo que lo necesitas pues: bye bye! Busquemos a alguien a quien pueda encajarle. No queremos sufrimientos innecesarios ni intentar adaptar nuestro cuerpo a esa prenda, si no al revés. Ve saliendo de casa con ello puesto de manera progresiva (incrementando el tiempo poco a poco) e intentando no prestar tanta atención a cómo te ves, si no a las actividades que realices con ello puesto. Si lo haces durante varios días, probablemente te sentirás más a gusto y podrás disfrutar más del plan que hagas sin estar tan pendiente.

4. ¿Qué esperas ver cuando te/le miras?
En muchas ocasiones, miramos nuestro cuerpo analizándolo por partes, buscando defectos, esperando ver una imagen ideal o con miedo de lo que esa imagen nos puede hacer sentir. En función de cómo nos miramos y de cómo reaccionamos ante lo que vemos, cambia mucho lo que percibimos de nosotr@s.
En el espejo, te sugiero que intentes mirarte de manera global, mirándote por completo e integrando cómo te sientes antes de ver tu imagen. Si yo me miro al espejo recién levantada una mañana de verano y antes soy consciente de que tengo calor, hace horas que no me muevo ni voy al baño y estoy más o menos descansada, me miraré al espejo con unas expectativas más ajustadas. Esto se materializa en que no me sorprenderá ver mi pelo despeinado, los pliegues en la cara y en el cuerpo del roce con las sábanas, mis extremidades más hinchadas y mi piel ligeramente brillante por el sudor y acompañada de algún grano o picadura. Así que podré aceptar esta versión de mí con más facilidad y centrarme en cubrir las necesidades de las que sea consciente.
5. Presta atención a cómo te/le miras y hablas
La forma en la que miramos los cuerpos y hablamos de ellos (incluido el nuestro) viene determinada por muchos factores internos y externos. Entre los externos más influyentes está la “herencia familiar” (mucho más que las redes sociales y que algunos comentarios de personas externas a la familia): cómo se hayan referido en mi familia a los cuerpos (y especialmente al mío), si los han criticado, las expectativas que ponen en la imagen física de las personas… todas estas cosas son las que harán que yo rechace o no determinadas características en mí y en los demás. Un ejemplo común en muchas familias, intentando promover la salud erróneamente, ha sido criticar o ensalzar directa o indirectamente la gordura o la delgadez, lo que ha promovido dinámicas obsesivas alrededor de estos conceptos y tener una relación disfuncional con los alimentos.
La mejor manera de hablarnos y referirnos a nuestro cuerpo es de forma descriptiva, no despectiva y sin emitir juicios. Si te fijas, esto puede resultar verdaderamente difícil, ya que continuamente hacemos y recibimos juicios de valor, por lo que requiere práctica y paciencia. Ánimo con ello, ¡¡verás que funciona!!
6. Frénate cuando te/le compares
De manera general, hemos adoptado la idea de que hay cuerpos mejores y peores y, por tanto, valen (valemos) más o menos. Suena fuerte, sí, pero siendo honestos, son los términos que manejamos.
Una consecuencia de esto, a parte de las descritas en puntos anteriores, es la comparación con otras personas, en concreto, por su imagen corporal. Esto nos hace sentir que nos alejamos o acercamos a la “perfección”, y nos mete en una espiral de intentar encajar en unos cánones que dejan de lado muchos puntos importantes de nuestra esencia y para nuestra salud. Incluso puede ser que, pensándolo, en tu familia también se utilice la comparación como forma de “mejorar”. Quizás te hayan comparado por tus notas en el colegio o por tu forma de ser, intentando guiarte hacia el lado “correcto” y esto, llevado al tema del cuerpo, se traduce en que hay cuerpos buenos y malos, correctos e incorrectos… algo muy peligroso de cara a desarrollar rechazo a nosotr@s mism@s.
Al igual que entre nuestros seres queridos hay personas con diferentes cualidades y pueden ser “queribles” y valios@s por cómo son siendo distint@s, tú y tu cuerpo también. Los cambios que queramos hacer en nosotr@s mism@s no deben depender de cómo se vean l@s otr@s o cómo queramos que nos vean. ¿De verdad nos gustaría que alguien se relacionase con nosotr@s por nuestro aspecto? Así que te propongo que cuando te compares, intentes ser consciente de que te estás haciendo daño e intentes poner en contexto la imagen de quien miras y la tuya, pensando en quiénes sois y cómo sois, más allá del físico, y seguir con lo que estabas; tú también tienes cualidades físicas y de todo tipo que otr@s admiran y no comparten, y no por ello tienen que rechazarse a sí mism@s.

7. Pon y ponte límites
Con normalidad hacemos y recibimos comentarios sobre nuestro cuerpo y aspecto físico más allá de lo que nos gustaría. Las personas, normalmente sin mala intención, a veces, tendemos a hacer referencia, incluso como cumplido, al aspecto del otro, ignorando en muchas ocasiones que esto puede alimentar el juicio de esa persona hacia sí misma y también el nuestro.
Rescato, como anécdota ilustrativa, que el otro día hice referencia a mi sorpresa cuando conocí a una adolescente que me sacaba unos cuantos (bastantes) centímetros de alto. Lo puse en palabras con la intención de lanzarle una alabanza, ya que en mi familia siempre se ha visto como positiva la altura en contraposición a nuestra estatura (por debajo de la media) y, sin embargo, noté que este comentario despertó en ella una inseguridad al respecto. Qué fácil es a veces meter la pata cuando nos olvidamos de que lo que nosotr@s sentimos de una forma el otro puede sentirlo totalmente distinto.
No es que no podamos hablar de nuestros cuerpos, pero es mejor tener en cuenta el contexto, qué vínculo tenemos con esa persona y si verdaderamente amb@s nos sentimos a gusto en esa conversación. Un reto en el que podemos trabajar en nuestra relación con nuestro cuerpo es hacer más cumplidos o comentarios afectuosos que no tengan que ver con el físico (no hablamos de eliminarlos, porque se puede hacer de manera respetuosa) y, por supuesto, informar a las personas que hablando de nuestro cuerpo nos incomoden, de que eso que están haciendo nos está molestando o haciéndonos sentir insegur@s y preferimos que no nos hagan este tipo de comentarios. No hace falta generar conflicto, sólo es con el fin de que las personas nos conozcan y tengan en cuenta cómo nos sentimos en diferentes situaciones para que mejore la relación con esa persona y también con nosotr@s mism@s por expresar nuestras necesidades.
8. Entonces ¿Qué hago si algo no me gusta de mi cuerpo?
Date un momento para pensar ¿todas las personas a las que aceptas tienen las cualidades que tú querrías o es que has aprendido a convivir y valorarlas en su totalidad? ¿Significa eso que no les puedo pedir que intenten hacer algunos cambios para mejorar nuestra relación? Seguramente, las respuestas a estas preguntas te resulten muy evidentes.
Realmente, la relación con nosotr@s mism@s y nuestro cuerpo se cuida como las relaciones con los demás. Podemos querernos, aunque haya cosas que nos gustaría que fueran distintas. Algunas de estas cosas son susceptibles de cambio en algún grado, pero en ninguna circunstancia esos cambios pasarán por tratarnos mal, criticarnos, rechazarnos o hacernos sufrir. Aceptar y gustar no son sinónimos. Puede que algunas cosas de ti no te gusten, pero eso no significa que valgas menos o que deberían ser distintas, si no que tienes que encontrar la manera de convivir con ellas de la mejor manera posible, pero respetándolas. Lo normal es ser distinto
La relación con nuestro cuerpo y cómo nos sintamos con nuestra propia imagen es un tema muy importante para la autoestima y la salud mental, en general, a la par que complejo, por lo que si te interesa trabajar en él, estate pendiente a los próximos posts en los que ampliaremos contenidos sobre ello y no dudes en consultar con nosotras si ves que es un tema que te llega a generar mucho sufrimiento y te atrapa en estos círculos viciosos que hemos comentado.
¡Magnífico! Que importante la forma en la que nos hablamos, y que importante saber escucharnos.