Actualmente existe mucha información sobre crianza y educación emocional con niñ@s y adolescentes, y es debido a la necesidad que tenemos como adult@s de hacer las cosas diferentes a como se hicieron con nosotr@s en nuestra infancia. No es que no nos valga nada de lo que nos enseñaron, sino que más bien necesita ciertos ajustes para adaptarse al momento actual y a las necesidades de l@s más pequeñ@s. Es una maravilla poder acceder con facilidad a información de calidad de mano de profesionales del área de la crianza y la salud mental infantojuvenil. Sin embargo, paradójicamente, tanta información y caminos posibles nos abruman y pueden llegar a bloquearnos. Ya no resulta tan intuitivo saber por dónde ir y por dónde no. Por un lado, porque lo nuevo que aprendemos choca con nuestras propias experiencias vitales, así como también con los valores transmitidos por nuestra familia, que, incluso, dando lo mejor de sí, no lograron dar con la tecla en algunos aspectos al acompañarnos en nuestra infancia.
Este punto es importante, ya que uno no sabe cómo es sentir la responsabilidad de cuidar a un niño o una niña, hasta que la experimenta de alguna manera. Desde la distancia todo parece mucho más claro, pero cuando llega el momento, el “querer hacerlo lo mejor posible” nos llena de dudas, inseguridades y presión. El reto es claro: construir una nueva forma de criar y acompañar que encaje con lo que ahora sabemos, pero y ¿qué hacemos con todo lo aprendido? ¿Dónde lo metemos? Comencemos por un elemento que se encuentra en la base de toda relación, que es –la comunicación afectiva-.
7 claves para mejorar la comunicación con niñ@s y adolescentes
1. Todo cuenta
La comunicación no es sólo verbal, y mucho menos con l@s más pequeñ@s de la casa. Nos comunicamos sólo con el simple hecho de estar presentes, mirar, atender o dejar de hacerlo. Con nuestros actos, nuestra mirada, nuestros gestos y nuestro tono de voz estamos comunicando algo tan importante como el afecto que sentimos hacia la persona con la que estamos compartiendo el espacio o la confianza que hay entre ambos.
Esta parte del lenguaje es más inconsciente y está muy influida por nuestras emociones, por lo que cómo nos sentimos en el momento de comunicar va marcar la diferencia en el mensaje que mandamos y, por tanto, también en cómo lo recibe el otro. Por esa razón, estar regulad@s emocionalmente nos va ayudar a la hora de comunicarnos con un/a niñ@ para fortalecer y respetar el vínculo, en lugar de generarles rechazo o miedo. Esto no significa que no podamos sentir algo de enfado, frustración, tristeza o miedo cuando nos dirigimos a ell@s, sino que es importante intentar no estar demasiado cargad@s de estas emociones como para contagiárselas a ell@s.
2. Ten en cuenta el momento evolutivo
No es igual dirigirse a un/a niñ@ de dos años, de cinco o de diez. En cada edad, la capacidad de comprensión y expresión es diferente. En consulta nos encontramos con que, a veces, por el hecho de que l@s niñ@s sepan hablar correctamente y elaboren frases complejas e incluso sean capaces de bromear, l@s adult@s dan por hecho que también pueden utilizar este lenguaje para expresarse con la misma fluidez a nivel emocional. Sin embargo, el lenguaje natural de l@s niñ@s no es la palabra, sino el -lenguaje no verbal-.
Hablamos de actos, gestos y, por supuesto, del juego. A través de estas vías, ell@s gestionan y nos transmiten la mayoría de información, sólo que, en ocasiones, a nosotr@s nos falta el código para entenderla. Sin duda, esta parte del lenguaje es la más influyente en la comunicación entre ell@s y con los adult@s, por lo que se trata de que vayamos creando junt@s un lenguaje común que nos permita a tod@s expresarnos y sentirnos comprendid@s.

3. Intenta adaptar tus palabras
En referencia al punto anterior, por simples que nos parezcan muchas palabras y conceptos que utilizamos l@s adult@s, éstos pueden ser desconocidos para l@s niñ@s y adolescentes. Estas palabras “raras” generan una desconexión del discurso, ya que despiertan en ell@s incertidumbre y asociaciones o ideas erróneas que pueden generarles angustia.
Por ejemplo, el otro día una adolescente venía diciendo que sus padres estaban preocupados porque ella no sabía “gestionar su ansiedad”. Al preguntarle cómo sentía ella la ansiedad y qué era eso de “gestionar”, me di cuenta de que no sabía a qué se referían y de que ella estaba entendiendo que no lo estaba “haciendo bien” cuando lloraba. Así que se aguantaba las ganas de llorar o se escondía para hacerlo, con el fin de no decepcionarles y esto estaba haciendo mella en su relación.
Lo mismo pasa con conceptos como “portarse bien”, “ser responsable”, “organizarse” y un sinfín de términos adultos que no forman parte de su lenguaje cotidiano. Otro niño me comentaba confuso que le habían pedido que fuera más “flexible”. No sabía a qué se referían. Me contaba también una niña muy angustiada que le iban a “hacer pruebas en el médico” y ella no se sabía las preguntas para esos exámenes.
Como adult@s vamos a tender a usar nuestro lenguaje habitual con l@s niñ@s y adolescentes y lo más normal es que se nos escape alguna que otra palabra “rara”, lo importante es estar atent@s a sus reacciones, mirándoles cuando hablamos, para saber por sus gestos si nos están entendiendo o no y dejarles claro que pueden preguntarnos siempre que no entiendan algo ya que puede que no nos hayamos explicado bien.
4. La comunicación es bidireccional
Como estamos viendo, para comunicarnos es tan importante saber transmitir como recibir el mensaje. Cuando pensamos en la comunicación con niñ@s o adolescentes, muchos lo vinculamos directamente a cómo hacer que nos entiendan (o nos hagan caso), pero la comunicación tiene su base en la comprensión: comprender lo que queremos transmitir y lo que nos están intentando “decir”.
En el caso de la comunicación entre adult@s y menores, tenemos que contar con que somos l@s adult@s los que vamos a tener la gran parte de la responsabilidad. Esto significa que vamos a tener que llevar el timón en las interacciones, es decir, que nos corresponde hacer el esfuerzo de traducir lo que “dicen” con sus actos, gestos, palabras y tonos, teniendo en cuenta lo que sabemos de la situación en la que están, de cómo es él o ella y cómo creemos que se siente. En este punto de comprender y traducir el lenguaje de l@s niñ@s y adolescentes nos ayudará hacernos algunas preguntas como: ¿qué puede necesitar?, ¿qué le está pasando?, ¿qué puede estar queriendo decirme con este comportamiento? Ten en cuenta que lo que más va ayudarte a comunicarte es poder comprenderle/a y hacérselo saber.

5. Trata de identificar cuándo estás personalizando
Los niñ@s se expresan sin intención consciente de manipular o herir, sin embargo, por la inmadurez (a nivel cerebral y, por tanto, emocional y cognitiva) no son capaces de poner filtro en sus interacciones y, por supuesto, nosotr@s podemos sentirnos herid@s y frustrad@s. Podemos poner mucho esfuerzo en cuidarles de la mejor manera que encontramos y eso no va a evitar que, en ocasiones, puedan expresar su malestar volcándolo en nosotr@s.
Por ello, es muy común que personalicemos lo que está sucediendo dándole un significado erróneo o una intencionalidad. Podemos pensar que no valora lo que hacemos por él/ella, que no le importamos o incluso que no nos quieren y esto son atribuciones que hacemos al ignorar que forma parte del proceso evolutivo y que es la manera que tienen de aprender a desarrollar su capacidad de gestión emocional.
Evidentemente, van a necesitar que frenemos y redirijamos sus “agresiones”, a la vez que comprendamos que no saben hacerlo de otra manera, por ahora. A menudo, proyectamos nuestras necesidades en el vínculo con l@s niñ@s; un ejemplo de ello es cuando pretendemos mantener una conversación en la que estén preferiblemente quiet@s y nos miren sin pausas y, si no es así, entendemos que no nos están respetando, que no les importa lo que les estamos diciendo o incluso que no les importa cómo nos sintamos.
Proyectamos un rechazo o una falta de validación que probablemente sintamos en otras relaciones o áreas de nuestra vida. Pero en la relación con un/a niñ@ la realidad está muy lejos de esto, ya que puede ser que necesite moverse para regular la atención que te presta, que lo que le estés diciendo le esté generando una emoción que necesita expresar o que estuviera pensando y haciendo algo en lo que estaba inmerso y necesite un tiempo de transición para cambiar el foco. Este es un ejemplo de cómo el prestar atención a las necesidades y conocer el momento evolutivo puede ayudarnos a diferenciar lo natural de algo patológico.
6. Conectar antes de redirigir
Cuando hablamos entre adult@s, por lo general, solemos intentar tener en cuenta cómo se encuentra la otra persona y en qué situación está para hacerle alguna pregunta o petición. Sin embargo, con l@s niñ@s tendemos a ser muy direct@s y menos considerad@s.
Está bien ser concis@s, ya que la simplicidad de las frases y palabras va a hacer que nos entiendan con mayor probabilidad, pero, a la vez, si no hacemos el paso previo de captar su atención y tenerles en cuenta, no vamos a lograr que la comunicación sea efectiva. Por ejemplo, si vas a pedirle algo a una persona adulta, probablemente no te acercarías y le dirías: “haz esto”, o se lo gritarías desde donde estás; te acercarías y le preguntarías: “¿qué tal?”, si tiene un momento o está ocupad@ y ya, entonces, le preguntarías o le dirías lo que necesitas, entendiendo que nos pueda decir que esperemos un momento para atendernos.
Ahora pongamos que necesitas que tu hij@ o un/a niñ@, que está entretenid@, se ponga los zapatos para salir. ¿Cuántos de estos pasos seguirías? Seguro que tod@s tenderíamos a saltarnos unos cuantos. Imaginemos ahora que queremos que un/a niñ@ deje de jugar para hacer otra cosa que le propongamos. Antes de hacer la petición (que no dar la orden), vamos a necesitar conectar con él o ella y lo que está haciendo. Sería algo así: “¿A qué estás jugando? Parece divertido. Te lo estás pasando genial, ¿verdad? Podrías enseñarme a jugar para seguir cuando volvamos. Ahora tenemos que salir, y necesitamos ponernos los zapatos, ¿puedes tú sol@ o te ayudo?” Si vemos que no acepta, es porque no es capaz aún de tolerar la frustración, por lo que necesita que le acompañemos y le ayudemos a regularse a través de una comunicación basada en la empatía y el respeto. Comenzamos validando su frustración y utilizando un lenguaje verbal y no verbal de cercanía y cariño que le haga sentir comprendid@ para que pueda regularse con nuestra ayuda. Este sería un ejemplo que podría ayudar: “Sé que te pone triste dejar de jugar y que te apetece mucho seguir jugando. Es difícil parar de hacer algo que te gusta mucho. Si quieres, me puedes contar cómo se juega mientras salimos, para que a la vuelta juguemos juntos; o también podemos jugar a otra cosa por el camino”.
Dedicándole más o menos tiempo en función de la edad y sus necesidades, lo acabaremos consiguiendo y, cada vez, con más fluidez, si somos consistentes y constantes con esta forma de comunicar y acompañar. Este punto de conectar antes de redirigir también es muy necesario para tratar con adolescentes, aunque, evidentemente, se adaptarían la forma y las palabras.

7. Funciones de la comunicación
Comunicarnos es relacionarnos y, según cómo lo hagamos, estaremos estableciendo un patrón relacional. Algunas de las funciones más importantes de la comunicación son: validar, comprender, acompañar, expresar, poner límites, pedir, colaborar, demostrar afecto o interés, etc.
Te invito a reflexionar: ¿Para qué sueles comunicarte tú? ¿Hay alguna función que utilices más que otras? ¿Hay alguna función que no utilices? Si nos ponemos a pensar, probablemente nos demos cuenta de que, a veces, “abusamos” un poco de algunas funciones y otras las tenemos un poco “abandonadas”.
Con l@s niñ@s y adolescentes, en general, solemos comunicarnos mucho para pedir (ordenar), poner límites y corregir, y estas funciones le quitan espacio a otras que también son imprescindibles como validar, comprender y expresar; que, si lo pensamos bien, generan la base de confianza y respeto para que las anteriores sean efectivas. Haciendo un ejercicio de empatía, a nadie le hace sentir bien que principalmente se dirijan a nosotros para pedirnos o corregirnos. Probablemente esa relación nos genere rechazo y nos haga sentir mal con la otra persona y con nosotr@s mism@s. Sin embargo, es así como se sienten muchas veces l@s niñ@s y adolescentes con nosotr@s y esto interfiere en nuestras relaciones. Quizás, siendo conscientes de esta realidad nos sea más fácil compensar y equilibrar nuestras relaciones.

En conclusión, sabemos que ser “el/la adult@” en la relación con niñ@s y adolescentes conlleva mucha responsabilidad y puede llegar a ser agotador y tremendamente frustrante, especialmente en los vínculos familiares más estrechos. Son muchas cosas las que requieren de nuestra atención para las que necesitamos tiempo y energía. Por eso, creemos que es necesario tomar consciencia y equilibrar los límites con afecto y comprensión, así como tener en cuenta, en la medida que puedas, estos puntos que hemos expuesto. Ya que esto también es autocuidado para ti de manera indirecta, porque estarás sembrando las semillas para que, poco a poco, la crianza sea más llevadera también para ti y puedas disminuir la frustración y la culpa.
La paciencia es algo indispensable para tratar con menores, pero también en la relación con nosotr@s mism@s. Si necesitas más información o apoyo con tu caso en particular, ponte en contacto con nosotras y te ayudaremos a mejorar la comunicación, comprender mejor algunas situaciones y transmitir los mensajes coherentes con tus valores.