Cuando escuchamos la palabra <conflicto> es muy comúnque se nos venga a la cabeza una pelea. Es más, si buscamos su significado, encontraremos sinónimos como: combate, lucha, enfrentamiento, o similares. Por lo general, vemos el conflicto como algo “malo” y, por tanto, en ocasiones, tendemos a evitarlo. Sin embargo, aunque los “conflictos” generan incomodidad para las personas implicadas, e incluso para las personas de alrededor, no tienen por qué ser algo negativo, si se gestionan desde el respeto y la empatía.

Un conflicto aparece cuando hay una diferencia de opiniones, necesidades o percepciones; con lo cual, es inevitable que en las relaciones con otras personas aparezcan diferentes maneras de pensar, sentir o abordar algunas situaciones. Por ello, el conflicto en la convivencia de cualquier tipo es algo totalmente natural, tanto si se hace explícito como si no.

Evidentemente, cuanto mayor sea la intimidad y la cantidad de “cosas compartidas”, más probabilidades habrá de que existan desavenencias o discrepancias en el encaje con “el otro”. A veces, idealizamos las relaciones o las valoramos en función de si hay o no conflictos, sintiendo que son peores aquellas en las que sí los hay, cuando esto no es algo que tenga que ser así, ya que las discusiones son una forma de comunicación que puede ser sana, siempre y cuando el “abordaje” sea respetuoso y tenga un sentido constructivo y no destructivo.

Hay muchas posturas a la hora de abordar los conflictos. Están las personas que lo hacen con los sentimientos a flor de piel, otras que tienden más a ser racionales, las que luchan por llevar la razón, las que preparan distintas situaciones anticipándose a lo que puede pasar, también las que los “buscan” a modo de descarga y las que los evitan por una o muchas razones.

Nuestra forma de llevar las discrepancias estará relacionada con cómo nos han hecho sentir a lo largo de nuestra vida y cómo las han afrontado (o no) nuestras figuras de referencia. Si no tenemos “modelos” sanos de confrontación, es lógico que se haga difícil abordar las situaciones de conflicto. Si crees que puede ser tu caso, sigue leyendo. Aquí te dejo algunas herramientas que pueden ayudarte a gestionar los conflictos de la manera más asertiva posible.

Modelos de conflictos sanos

1. Ni frío ni caliente, mejor templado…

En las situaciones de conflicto es totalmente normal que emerjan emociones. No se trata de dejarlas a un lado y hablar sólo desde la parte raciona ni tampoco, por el contrario, de que sea una expresión sin gestión de todo lo que sentimos. Se trata de un equilibrio para que las emociones que tengamos acompañen las ideas y pensamientos que estamos exponiendo, y le den fuerza y sentido, así como de que nos ayuden a transmitirle “al otro” la importancia de lo que estamos diciendo, ayudándole así a empatizar con nosotr@s.

Por eso, es importante identificar las emociones que estamos sintiendo para poder expresarlas. Además, es necesario abordar un conflicto con una intensidad emocional moderada. 

Para saber en qué punto de intensidad nos encontramos, trata de calificar en una escala del 0 al 10 la intensidad de lo que estás sintiendo. Bien, pues antes de abordar una conversación incómoda lo ideal es que nos encontremos entre el 4 y el 6. Por encima del 6 probablemente nos desborde la emoción y seamos impulsiv@s, exponiendo pensamientos magnificados por la misma, y por debajo, probablemente, estemos con una distancia emocional demasiado grande como para permitirnos profundizar en la conversación o transmitir matices importantes.

2. Mejor hablar desde “el yo”

Algo que ayuda muchísimo a abordar un conflicto es hablar en primera persona de lo que está pasando. Esto hará que pongas el foco en expresar lo que sientes y percibes, en lugar de en “señalar” a la otra persona.

En muchas ocasiones, y sobre todo cuando estamos enfadados, nos sale automático hablar desde “el tú”. Por ejemplo, tú has hecho esto o eres aquello. Esto hace que la otra persona se ponga a la defensiva y sea mucho más difícil entenderse y llegar a acuerdos.

No es lo mismo decir “ya te vale, (tú) has llegado tarde y llevo media hora esperando” a decir “(yo) he estado esperándote media hora y siento que no te importa que pasemos tiempo junt@s, y eso me molesta y me entristece”.

Otra cosa que ayuda es utilizar expresiones que no pongan tu punto de vista como el único e irrefutable. Comienza las frases con “yo creo”, “a mí me parece”, “yo me siento” o “yo pienso”. En lugar de decir “estás equivocad@” o “esto es de tal manera” prueba a decir “yo lo veo diferente”, “a mí me parece importante tener esto en cuenta”.

3. Describe en lugar de juzgar

Para empezar, exponer lo que crees que está pasando y lo que observas es un gran punto de partida. Intenta describir la situación desde tu punto de vista, sin hacer referencia a posibles culpables.

No es lo mismo decir “te estás escaqueando porque no estás haciendo tu parte y tienes mucho morro” a decir: “últimamente veo que no llegas a hacer tus tareas a tiempo y esto me frustra porque, al final, acabo teniendo que hacerlas yo”. O decir “no me escuchas cuando te hablo” a decir “me doy cuenta de que se te olvidan cosas que te he dicho y me da la sensación de que es porque quizás te cuesta escucharme últimamente”.

Además, algo que te ayudará a no juzgar es poner adjetivos a las actitudes de la persona en lugar de etiquetar a la persona en concreto. Juzgando diríamos: “Eres un/a egoísta”, “Eres cruel”, “Eres un desastre o un/a mentiros@”; describiendo sería: “Al hacer esto siento que no me tienes en cuenta” o “Esa forma de decirme las cosas me parece cruel y me hace daño”, o “Te cuesta organizarte y hay cosas que se te escapan”. En este punto poner ejemplos de situaciones concretas te ayudará a que puedan entender mejor a lo que te refieres.

4. Desactiva el “modo lucha”

No se trata de “ganar” la discusión y quedar por encima, ni de tener la razón, si no de llegar puntos de encuentro para poder avanzar en los aspectos que generan conflicto y reforzar incluso la relación, ya sea personal o profesional. Así que te sugiero que empieces transmitiendo que no estás “en modo guerra”, de esta manera puede que la otra persona esté menos a la defensiva.

Cuenta lo que quieres y en lo que no quieres que se convierta la conversación. Hazle saber a la persona que te gustaría hablar para poder solucionar algunas cosas y poneros de acuerdo pero que tu intención no es ni discutir, ni atacarle, ni imponer tu criterio. Antes de dar por hecho lo que la otra persona piensa, suele ser útil preguntarle concretamente cómo ve la situación de la que tú quieres hablar, así tu tendrás más información sobre cómo abordar el tema y la persona tendrá espacio para expresarse, lo cual le hará sentir más relajad@.

Las dinámicas asertivas se basan en poner en valor nuestras necesidades a la vez que tenemos en cuenta cómo lo que planteamos puede afectar a la persona que tenemos enfrente, para transmitirlo de la manera más respetuosa posible. Esto no quiere decir que lo que le digamos no deba generarle ningún malestar o incomodidad, ya que es lógico que cuando tenemos que responsabilizarnos de algo con lo que no contábamos, o alguien nos hace ver que la situación es de una manera diferente a la que pensábamos, nos genere cierto desasosiego. Esto no significa que estemos “haciéndolo mal”, sino que, aunque podemos graduar en parte la forma de expresarnos, no está en nuestra mano manejar el estado emocional de los demás.

Buscar el momento de resolver el conflicto

5. Busca un buen momento, no “el momento perfecto”

Hay conflictos que aparecen de manera espontánea, y en este tipo de situaciones nuestra capacidad de regulación emocional y el hecho de tener una postura algo definida sobre la situación que se plantea, marca la diferencia. Sin embargo, hay veces que somos nosotr@s l@s que decidimos abordar la situación y, sin duda, pensar sobre qué momento y cómo puede ser más indicado, es algo relevante, ya que abordarlo de manera impulsiva no suele ser una buena idea.

Es importante pensar sobre cuándo podemos coincidir con esa persona, intentar tener suficiente intimidad para hablar con libertad, que haya la menor prisa posible para no dejar la conversación a medias, así como el estado en el que nos encontremos tanto nosotr@s como la otra persona. Mejor si es un momento en el que, a ser posible, tengamos la energía como para hablar con calma y claridad y, si puedes elegir, por supuesto, mejor en persona. Sin embargo, aunque todo esto es importante, tenemos que saber que no hay un momento “perfecto”, ya que, a veces, en busca de este ideal y de “tenerlo todo controlado” retrasamos conversaciones que son muy relevantes y se nos acaban “haciendo bola”, así que no desaprovechemos oportunidades.

Algo muy común es no saber cómo sacar el tema; si esto te pasa, te ayudará poner en voz alta cómo te estás sintiendo en ese momento a la hora de abordar la conversación y usarlo de “puente”. Por ejemplo, “llevo toda la tarde nervios@ porque quiero hablar contigo de algo importante y no encuentro el momento” o “me gustaría explicarte algo que llevo viendo un tiempo, pero no sé cómo planteártelo por si no lo entiendes”. Esto te ayudará a ponerlo sobre la mesa y dar el paso.

6. Escucha para comprender, no para responder

Muy a menudo vivimos los conflictos como una “prueba o examen” y tenemos el reflejo automático de responder, muchas veces, sin pensar. Esta tensión también hace que la calidad de nuestra expresión disminuya, al igual que nuestra capacidad de escucha y nos perdemos mucha información útil, tanto verbal como no verbal.

Intenta escuchar con atención lo que te están contando, apagando al narrador que le va contestando en tu mente y te va llenando de prisa por que acabe su turno para poder contestar. En la medida en la que comprendas su punto de vista, podrás ofrecerle tu visión de una manera más ajustada y que pueda complementar la suya. Teniendo en cuenta que la meta es llegar a conclusiones y soluciones con el mayor consenso, valida las emociones y pensamientos de la persona con la que hablas en la medida de lo posible, sin dejar de lado las tuyas. No luches por la razón, sino por comprender y hacerte entender.

7. Metacomunícate

Habla de lo que estás percibiendo en el transcurso de la conversación.  Si observas que estáis elevando la voz, que la otra persona no te llega a entender, que os estáis poniendo a la defensiva, o que te estás sintiendo de alguna forma con lo que te están diciendo, hazlo explícito y dilo. Esta es una información muy valiosa que te puede ayudar a reconducir la situación. Por ejemplo, si ves que a raíz de algo que acabas de decir ha cambiado la expresión en la cara de la otra persona y parece enfadad@ (o que está experimentando cualquier otra emoción), puedes preguntarle: “he visto que te ha cambiado la cara, ¿te ha molestado/entristecido/extrañado algo de lo que te he dicho?”, ”estamos empezando a subir el tono y no era mi intención discutir, vamos a intentar calmarnos”, o pon límites diciendo algo como “has usado estas palabras que me ofenden, así que prefiero que busques otra forma de decírmelo”. Así podéis “ajustar” la conversación y la otra persona puede explicarte lo que le está pasando y puede darte la oportunidad de abordarlo y aclarar alguna cosa que sea necesaria.

A menudo, comunicamos cosas con actos (gestos, o actitudes) en lugar de con palabras, ya sea consciente o inconscientemente, por no saber cómo expresarnos. A veces, ponemos los ojos en blanco, cambiamos el tono de voz, evitamos a la persona con la que tenemos el conflicto o incluso dejamos de hablarle, ejerciendo la ley del hielo. Y es que es importante hacernos conscientes de estas tendencias que podemos adoptar a la hora de afrontar los conflictos, ya que “emborronan” mucho la situación y dañan la relación. Por eso pregúntate a ti mism@ si tiendes a tomar ciertas actitudes ante el conflicto que entorpecen la comunicación y, si eres consciente, háblalo, reconócelo y hazte cargo, al igual que si lo ves en la otra persona; te recomiendo que se lo reflejes con tacto para que también pueda gestionarlo.

8. La meta es llegar a conclusiones y comprometernos con ellas

Después de haber puesto en marcha todas nuestras herramientas para abordar el conflicto, necesitamos sacar conclusiones y hacernos propuestas concretas y realistas basadas en las necesidades y posibilidades de amb@s. Esta parte es importante, ya que, si cerramos la discusión con una propuesta de la que no estoy segur@ que pueda hacerme cargo, el conflicto volverá a resurgir, puesto que no podré comprometerme con este objetivo. Algo que ayuda es ir diciendo lo que vais entendiendo de lo que os estáis contando y poniendo en voz alta las conclusiones a las que vais llegando y en los puntos que vais pudiendo llegar a consenso. Esto reforzará la comunicación y os ayudará a seguir avanzando en la conversación/negociación para, por fin, llegar al desenlace.

Reconocer las señales para parar el conflicto

9. Reconocer las señales para parar (por ahora o para siempre)

Recuerda que no todo se hace de una, y hay situaciones que requieren de varias conversaciones y de ir tomando decisiones durante el proceso. No siempre se aborda el conflicto teniendo todo claro, a veces, hablamos para colocar las cosas en nuestra mente y poner en común lo que está pasando. Otras veces, necesitamos establecer límites y no llega a haber discusión porque lo que hacemos es comunicar lo que necesitamos. Por tanto, igual de necesario es saber cuándo abordar el conflicto y cuándo es momento de terminar con la discusión (por el momento o para siempre). Podemos detectar una señal de que es mejor posponerlo cuando la intensidad emocional está subiendo tanto, que están teniendo lugar faltas de respeto (ataques, reproches, gritos o actitudes pasivo agresivas), o la energía y la paciencia se nos están acabando. En este punto podemos intentar redirigir la conversación, pero si no es posible, es mejor aplazarla y retomarla en otro momento.

Otra posibilidad es que discutiendo nos demos cuenta de que no hay posibilidad de acuerdo o de tener una conversación de manera constructiva y respetuosa; con lo cual, nos tocará buscar otras formas de resolver el conflicto que no pasen por llegar a acuerdos con esta persona y tomar decisiones al respecto. No se trata de ceder o no ceder, si no de saber en qué puntos podemos permitirnos hacerlo o no en función de nuestros valores y necesidades.

La forma que tenemos de abordar los conflictos está íntimamente relacionada con nuestra autoestima, nuestra capacidad reflexiva, comunicativa y de poner límites, entre otras, por lo que, si ves que es algo que te genera problemas en tu día a día, ya sea por exceso de conflictos o por evitarlos, ten en mente que son aspectos importantes a gestionar. Cada situación es un mundo, al igual que la manera de cada un@ de percibirla, por ello, sabemos que, aunque tener herramientas nos es muy útil y nos hace sentir más preparad@s, en ocasiones, necesitamos una ayuda más concreta que nos acompañe para abordar nuestra situación específica, lo cual es lógico, ya que hay conflictos de distintos tipos y con diferentes grados de complejidad.

Si piensas que es tu caso y te gustaría coger impulso para afrontar los tuyos, ponte en contacto con nosotras y exploraremos junt@s la mejor manera de hacerlo en tu situación particular.

Marta López de Lerma Parada, Psicóloga General Sanitaria

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